lunes, 7. abril 2008
Jaime, 7 de abril de 2008, 10:40:45 CEST

En contra de la pena de muerte, como las personas de bien


De la serie Grandes temas de los artículos de opinión (1)

Estoy en contra de la pena de muerte porque impide la reinserción del acusado. A mí una vez me ejecutaron y me dio tanta rabia que prometí no cambiar mi modo de vida. De todas formas, como me habían condenado por un delito que no cometí, después de mi muerte seguí cumpliendo la ley escrupulosamente. Cumplir la ley escrupulosamente es lo mismo que cumplir la ley, pero con una palabra más. Y de las largas. Fue en Estados Unidos, aunque era otra época, cuando la vida era más dura en ese país y la discriminación racial era aún peor de lo que es hoy en día. Nueva York, febrero de 2008. Un hombre murió apuñalado. Una salpicadura de sangre cayó accidentalmente sobre mi ropa, a pesar de que yo estaba a varios kilómetros de distancia. Eso, las huellas dactilares casi idénticas a las mías encontradas en el arma que algún policía corrupto dejó en mi chaqueta, fotos (probablemente un trucaje) y varias decenas de testigos pagados por la Cia eran los únicos indicios que tenía la fiscalía para procesarme. Pero la prensa exigía una cabeza de turco y yo por aquel entonces lucía un hermoso mostacho al estilo otomano. Ellos no tenían caso, pero yo no contaba con la simpatía del público: un hombre negro, de origen judío y convertido recientemente al islam que no callaba su preferencia por la Pepsi, en lugar de la Coca-cola (aj, qué asco, Coca-cola). Ni siquiera me apoyaban los homosexuales. Al parecer, el sector más duro del lobby gay no veía bien que me gustaran las mujeres. Fascistas. Sólo se puede ser homosexual a su manera, por lo que parece. El juicio fue una pantomima. Que dijera eso tampoco gustó mucho a la opinión pública. ¿Yo cómo iba a saber que aquel juez era sordomudo y ese tipo un intérprete? Pensaba que me estaba haciendo burla cuando testificaba. De ahí el puñetazo. Pero ahora ya he pagado mi deuda con la sociedad. Bueno, en realidad, no. Porque yo era inocente. Pero, vamos, que ya puedo ir al cine y todo eso. No puedo tocar cosas metálicas y cuando me acerco mucho a la tele se pierde la señal. Pero soy capaz de desfibrilarme a mí mismo. Aunque los médicos dicen que no me exceda, por mucho gustito que dé, que lo mío ya es vicio.


 
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