martes, 25. octubre 2005
Jaime, 25 de octubre de 2005, 9:44:03 CEST

Los grandes filósofos explicados al hijo tonto de alguien. Capítulo 19: Heidegger y el Dasein



Tiempo aproximado de lectura: 1 min. 22 secs. Tiempo recomendado para releer las mejores frases, degustarlas al mismo tiempo que se toma una taza de café de Etiopía y comentarlas con un amigo o amiga de sensibilidad más que evidente: 37 mins. 52 secs.

Heidegger ha sido siempre tildado de filósofo oscuro y de difícil comprensión. La culpa de eso la tiene que escribiera en alemán, en lugar de escoger algún idioma más claro y sencillo como, no sé, el español, por ejemplo. Además de escribir en alemán, escribía bastante mal. Esto de escribir mal es algo habitual en los filósofos: Aristóteles, Kant, Locke, Husserl y en general los pensadores más influyentes han escrito siempre de pena. Cosa que explica su éxito, ya que si no se les entiende, se les puede atribuir la idea que más interese a cada cual. En cambio, la influencia de Platón, Schopenhauer o Russell es menor, aunque se les lea más y más fácilmente. Y es que como se les entiende casi todo es fácil llegar a la tranquilizadora conclusión de que sólo dicen tonterías, obviedades o ambas cosas. De todas formas y a pesar de su prosa ridículamente oscura, entender a Heidegger es muy sencillo, siempre y cuando uno no lea lo que escriben otros señores acerca de lo que él escribe. Este alemán de biografía más que dudosa viene a decir que el hombre es algo que está por ahí. Claro. El hombre (y la mujer) está por ahí, más o menos. Porque si no estuviera ni en ningún sitio ni en ningún tiempo, simplemente no estaría. Pero ¿qué diferencia al hombre de una vaca o de una piedra, que también andan por ahí? Eso es fácil de saber. Si le preguntamos por ejemplo a un perro algo así como “¿andestás?” o "¿qué hora es?", en el mejor de los casos nos mirará con cara de bobo, sacará la lengua y meneará el rabo. El de atrás. Y si le preguntamos a un pez si es consciente de que un día morirá y sus hijos se comerán su cadáver, es probable que el pececillo no llegue ni siquiera a la expresividad del chucho antes mencionado. Es decir, el hombre sabe que está ahí. Y también sabe que algún día morirá y dejará de estar ahí. Y eso le acojona; le da angst, que es como los filósofos alemanes llaman a esa sensación de cuando se te ponen por corbata y tienes que dormir con la luz encendida. En conclusión: el hombre es un animal consciente de que ocupa espacio y por eso le molesta ir apretado en el metro.


 
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