martes, 10. mayo 2005
Jaime, 10 de mayo de 2005, 11:42:55 CEST

El escritor analfabeto


César Madero hubiera cumplido hoy ciento siete años. Sí, de acuerdo, ciento siete no es un número redondo, pero, claro, teniendo en cuenta que hoy en día casi nadie se acuerda de Madero, esto no es algo que tenga mucha importancia. Madero nació en un pequeño pueblo cántabro, donde ya desde niño ayudó a sus padres a cuidar de una docena de cabras. Aprendió a leer gracias a un cura, se escapó de su casa a los 18 años y marchó a Madrid. Allí trabajaba de día, pasaba las noches en tertulias literarias y leía novelas hasta altas horas de la madrugada. Ahorró y montó un negocio de telas con un par de socios. A los 25 ya tenía tres tiendas en Madrid y otra en Barcelona. A los 29 publicó su primera novela, Tesón, libro primerizo y autobiográfico en exceso. Las malas críticas no le desanimaron. Al contrario: un año más tarde vendió su parte del negocio, dispuesto a dedicarse únicamente a la literatura. Tras una obra de teatro de relativo éxito y un libro de poemas formal y clásico, alcanzó el éxito con La sensación, la primera de sus novelas de empresarios, amantes, nuevos ricos y anarquistas de salón que tuvieron tanto éxito de público a pesar del ninguneo de la crítica. A este tomito le seguirían otra decena de novelas con su estilo vivo, espontáneo y apresurado. En el 36 publicó la que se considera su obra maestra: El púlpito y la sangre, la truculenta historia de un joven sacerdote psicópata, tildada en su momento de morbosa y tremendista, pero considerada ahora una precursora de la novela contemporánea. Camilo José Cela afirmaba que ésta era una de sus novelas favoritas y su influencia en el Pascual Duarte es más que evidente. Pero es que incluso Martin Amis ha hablado del "impacto que supuso leer este libro, justo cuando estaba atascado con Dinero". Pero Madero no volvió a escribir. Al estallar la guerra, su secretario, Ángel Palacios, se quedó en Madrid, mientras que Madero, afín a los nacionales, pasó a Burgos y después a San Sebastián. Se sabe que Madero intentó ponerse en contacto con Palacios y que éste se negó a acudir junto a él. Se sabe también que le pidieron al novelista que colaborara con algunos textos de propaganda, pero que se declaró incapaz por problemas de salud. Muchos señalaron la casualidad de que dejara de escribir justo tras separarse de su fiel secretario, al que había contratado ya cuando puso en marcha su negocio de telas y antes de publicar su primer libro. Al fin y al cabo, ¿cómo va un cabrero a convertirse en novelista, así sin más? Algunos decían que aquellos rumores no eran más que propaganda envidiosa de los rojos, pero lo cierto era que hacía años que se insinuaba que el autor de las novelas de Madero era Palacios. Estos rumores no fueron beneficiosos para ninguno de los dos: a una figura del frente nacional le escribía los libros un republicano, y el republicano a su vez había sido el lacayo de un industrial con ínfulas de autor. Y así hasta que pocos meses después de la muerte de Madero apareció un manuscrito. Del propio Madero. Escrito con letra de colegial y encontrado en un cajón. Una novela corta, de unos cien folios, plagada de faltas de ortografía, errores de gramática y sintaxis, y sin apenas puntuación. Pero también una maravilla literaria que, tras las debidas correcciones, se publicó con el título de Doce sombras. Fue entonces cuando Palacios se decidió a hablar. Explicó que Madero fue analfabeto casi toda su vida. Ningún cura le había enseñado a leer. En Madrid conoció a escritores y periodistas, y su mundo de cafés y pequeñas vanidades le fascinó. Contrató a Palacios para que le leyera novelas y poemas en voz alta. El secretario también le dio clases de historia y de filosofía. Madero se atrevió en seguida a dictarle cuentos y poesías. No tardaría en dictarle su primera novela, que el propio Palacios corrigió. "Era un genio --explicó--. Había que verle de pie, paseando por la habitación, bramando diálogos y descripciones". Hasta que llegó la guerra y se separaron. Durante el conflicto, Palacios sobrevivió trabajando como periodista. En el 39, se resignó a encerrarse en la oficina de su tío, nacional que le ofreció un buen puesto, que por la familia se hace todo. Madero quiso que Palacios volviera con él y le ayudara a escribir Doce sombras. "La tengo entera en la cabeza, me dijo, palabra por palabra, después de haberla repetido en voz baja una y otra vez durante tres años. Le dije que había perdido las ganas, que se buscara a una mecanógrafa, que ya no tenía ilusión. En lugar de eso y seguramente por vergüenza, se hizo con cuatro libros para niños y se dedicó a intentar aprender a leer y a escribir. Y yo me olvidé de él y de su novela". Un día la criada se lo encontró muerto y sin más lo enterraron. Posiblemente se ocultó su suicidio. Palacios le sobrevivió quince años. En el 57 a él y a un joven veinteañero les aplicaron la ley de vagos y maleantes. No era la primera vez que le pillaban. En esta ocasión le dieron una paliza. Su corazón, ya enfermo, no aguantó.


 
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