viernes, 12. noviembre 2004
Jaime, 12 de noviembre de 2004, 13:17:02 CET

Unas cuantas quejas


Se están perdiendo las formas, las maneras, los buenos modales. En definitiva, todo. Yo mismo incluso perdí un paraguas el otro día. Y en cuanto a las formas, conozco un triángulo que tiene cuatro lados. Cuando le recriminé su actitud, sólo acertó a decirme que tampoco había para tanto, que sólo se trataba de un lado de más. Que no hay para tanto, dice. Si todos hicieran como él, la geometría y, por tanto, el mundo entero, sería un desastre. A saber qué continente hubiera descubierto Colón si a la Tierra no le hubiera importado tener forma de pirámide en lugar de mantenerse más o menos esférica. Aunque en realidad el mundo entero ya es un desastre, geometría incluida. No hay moral, no hay valores, no hay un mínimo respeto por el prójimo o por uno mismo. Hay gente que se atreve a combinar marrón con azul sin sentir ningún remordimiento. Muchos miran a la derecha y a la izquierda antes de cruzar, cuando todo el mundo sabe -o debería saber- que el orden correcto es primero a la izquierda y luego a la derecha. A no ser que uno viva en Londres. En los relojes analógicos, después de las doce viene la una, en lugar de las trece; y en los digitales, tras las 23 vienen las cero. Las cero. Es absurdo. Ridículo. Tendrían que venir las veinticuatro. Y luego las veinticinco. Evidentemente. Pero es que ya nadie sabe qué es el orden. Los teclados no respetan el orden alfabético, el contenido de los bocadillos no es de al menos el mismo grosor que una de las rebanadas, nadie sabe utilizar las teclas de memoria de las calculadoras. A alguno igual le parece que soy excesivamente puntilloso. No es cierto: me parece bien no tener la rigidez de un palo de escoba, pero eso no quita que haya que mantener unas normas mínimas que faciliten la convivencia. Insisto: mínimas. Por ejemplo, todo el mundo se saluda y se despide como le da la gana: buenos días, buenas tardes, hola, buenas, qué tal, hasta ahora, hasta luego, adéu. Uno ya no sabe a qué atenerse, a pesar de que parece razonable esperar que a uno le den los buenos días desde las seis de la mañana hasta las doce del mediodía, y que a partir de entonces y hasta las veinte horas le den las buenas tardes. Pasadas las ocho uno ha de comenzar a dar y a recibir las buenas noches. Más aún: hay gente que le echa la misma cantidad de azúcar al café y al café con leche; monstruos que comienzan a leer el periódico por la última página; nazis que aseguran que trabajan de nueve a cinco y en realidad nunca llegan a la oficina antes de las nueve y diez. Vivimos una época de perdición y de caos que no tiene remedio alguno. Vamos camino del fin del mundo. Nada menos. Eso sí, mientras se colapsa el planeta -que ya no se sabrá si es una esfera achatada por los polos, un cilindro o un cubo-, y entre el estruendo de explosiones y terremotos, se oirá el rugido de mi voz: "¡Os lo advertí! ¡Mira que os lo tenía dicho!" Al menos me quedaré tranquilo.


 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us
enlace directo