lunes, 11. octubre 2004
Jaime, 11 de octubre de 2004, 17:11:59 CEST

El bulto


Triste caso el del bulto en la espalda de Bush, que algunos han identificado con un receptor mediante el cual le iban chivando lo que tenía que decir durante el debate, mientras que otros han asegurado que se trataba simplemente del botón de encendido. Digo que es triste porque en realidad no es que el presidente tenga un bulto en la espalda, sino que a un bulto le salió un presidente. El pobre bulto llevaba una vida tranquila y pacífica en un trastero. Era uno de esos bultos de los que no se sabe si son revistas viejas, maletas agujereadas o camisetas de ir por casa. Hasta que le salió una sonrisa en un lado, si es que los bultos tienen lados. Era una boca llena de dientes, lo menos cincuenta o sesenta, todos blancos y brillantes. Después le fue creciendo poco a poco una mano, que se dedicó a ir estrechando otros bultos, ya que no había más manos cerca. El alboroto llamó la atención de los dueños de la casa, que no dudaron en llevar al bulto al trapero. Los traperos, claro, son médicos de bultos. Como todo buen trapero, éste no se había afeitado en su vida, pero no tenía más que una barbucha de cuatro días, hirsuta y gris. El trapero se quedó mirando el bulto atentamente mientras mordisqueaba un palillo. -Un caso grave -dijo al fin-. Al bulto le está saliendo un político. Y encima, americano. La familia, asustada, preguntó cómo curar aquello. -No hay nada que hacer. En poco tiempo tendrán ustedes un político en el cuarto de los trastos. Sólo pueden retrasar el proceso: no le dejen ni leer periódicos ni escuchar la Cope. Y, sobre todo, que no visite los foros de internet. Ni las páginas porno. El trapero era un buen trapero y tenía razón. En cosa de mes y medio, el bulto ya no era más que un granito en la espalda de un señor con traje gris, corbata sosa y mirada hueca. Este señor tenía acento tejano y aseguraba desde el trastero que todos juntos y con la ayuda de Dios trabajarían para conseguir un país más próspero, un país para todos: (y aquí hacía una pausa) viejos, jóvenes, hombres, mujeres, niños. A veces se escapaba de la habitación y aprovechaba para darle un besito al bebé de la familia. En esas ocasiones, el padre tenía que devolverlo a escobazos al trastero. Después de cada una de esas tundas, el político se sentaba sobre un baúl, junto a una radio que no funcionaba. Entonces cogía un desatascador como si fuera un teléfono y pedía que le pasaran con el Secretario de Defensa, a quien le musitaba algo acerca de una crisis. Un día llamaron a la puerta. Al abrir, el padre de familia se encontró con dos señores encorbatados. Uno de esos hombres tenía un bultito en el hombro. El otro, en la pierna. El del bulto en el hombro sonrió todo lo que pudo. Parecía que los labios se le iban a resquebrajar. No hizo falta más para que el hombre supiera que el bulto, finalmente, había pasado a mejor vida. -Compañero, amigo, muchas gracias por abrirnos la puerta, eso era justamente lo que necesitábamos, lo que más le convenía al país -dijo el hombre del bulto en el hombro, pasando al recibidor sin pedir permiso-. Oh, qué ricura de bebé... ¡muac! Qué bonito. De mayor será un gran hombre. Como su padre. Caballero, concédame el honor de estrecharle la mano. Señora, a sus pies. Usted debe de ser el abuelo. ¿O el hermano mayor del caballero? Ja, ja... Hay que escuchar a los ancianos, poseen toda la sabiduría de una vida llena de experiencias. Permitan que les presente a mi compañero. Es una de las personas más valiosas de mi partido. Su trabajo consiste en darme la razón en todo. No habla, sólo vota en el Congreso. En fin, ya se imaginarán que venimos a por algo que nos pertenece. La mujer señaló la puerta del trastero, de donde salía una voz gangosa que hablaba acerca de la necesidad de permanecer unidos, haciendo especial énfasis en lo calentita que está la gente cuando se une muy de cerca. El hombre del bulto en el hombro abrió la puerta del trastero. -Buenas tardes, señor Bush. -Llámeme señor presidente -contestó el bulto muerto. -Er... Aún no podemos, señor. Precisamente venía a buscarle para comenzar la campaña electoral. -Ah, claro, la campaña. ¿Quién será mi oponente? -Al Gore. -¿Dónde tiene el bulto? -En un costado. -En un costado... Será un trabajo muy duro. Señores -añadió dirigiéndose a la familia-. Ha sido un placer vivir en su trastero. Pero ahora ya estoy preparado y tengo que irme. Debo cumplir un deber para con mis ciudadanos. Gracias, que Dios les bendiga. La familia fue a despedirle a la puerta. No pudieron evitar soltar alguna lágrima cuando quien fuera uno de sus bultos favoritos se metió en el ascensor. -Es una pena -dijo el abuelo-, un bulto tan joven y fuerte. -Ha sido todo tan rápido -añadió el padre-. Al menos, no sufrió.


 
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Jaime, 11 de octubre de 2004, 9:54:52 CEST

La vida es siesta


Muchos comparan la muerte con un sueño. Ramón Gómez de la Serna desacredita esta metáfora en Los muertos y las muertas: "La muerte no es ni un sueño. En el sueño hay una saturación de vida, densa, con esperanza de despertar, con pereza que no por no sabida se deja de saber". De hecho, dormir es la forma más viva de vivir. No creo que los sueños más reales nos recuerden a la vida, sino que la vida más real nos recuerda los sueños. Por eso muchos de quienes pasan por una experiencia traumática aseguran que la recuerdan como si la hubieran soñado. En los sueños nos atrevemos a hacer lo que despiertos ni soñamos con intentar. Es más, nos atrevemos a sufrir lo que durante las horas de vigilia nos esforzamos por evitar. Durante el sueño no hay miedo. Al menos, no ese miedo que nos impide incluso tener miedo.


 
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