jueves, 30. octubre 2003
Jaime, 30 de octubre de 2003, 9:02:31 CET

No se lo digas a nadie


Nunca he acabado de comprender por qué se cuenta un secreto. Es decir, si uno no quiere que nadie sepa una cosa, ¿por qué es el primero en explicarla? De todas formas, sospecho que cuando alguien revela algo que se tenía callado, por muy propio y oscuro que sea, en realidad lo hace para que lo acabe sabiendo todo el mundo, sin necesidad de anuncios solemnes y ruborizantes. Exceptuando, quizás, cuando ese algo se explica en confesión o al psiquiatra. De hecho, los confidentes que suelen ser escogidos para que les sean reveladas esas cuitas, acostumbran a ser los que tienen la lengua más larga. Les falta tiempo para, una vez el confesante les da la espalda, correr al teléfono y decir aquello de "¿sabes lo que me ha contado Manuel?" Y a Manuel no le importa que sea así, por mucho que simule cabrearse al enterarse de que todo el mundo se ha enterado. Entre otras cosas, porque Manuel ya sabe de qué pie cojea su confidente: en más de una ocasión ha recibido su llamada, cuando el muy cotilla le ha querido explicar lo que le había contado Silvia (pero no se lo digas a nadie) e incluso el propio Manuel le llamó en una ocasión para ver si sabía qué le pasaba a Alberto, "que últimamente está muy raro" (no debería decírtelo, pero). Estas cotorras acaban teniendo, en consecuencia, una clara función de cohesión. Son el cemento de los grupos de amigos. El kazaa de la confianza. Imagino que no es sólo afán exhibicionista, claro. También ocurre que, cuando alguien explica un problema o algo que le ha pasado, quiere un poco de atención. Y esta gente que no sabe guardar un secreto es por lo general la que mejor escucha: se interesa realmente por los problemas de los demás, aunque sólo sea porque son un material estupendo para explicar el viernes por la noche (yo no os he dicho nada, ¿eh?). En cambio, los tipos (o tipas) reservados, los que sí saben callar un secreto, no son nunca los confidentes de nadie. Porque no saben escuchar. Se callan ese secreto porque les importa un bledo lo que el pesado de turno les está contando. Y cuando se les pide que por favor no se lo digan a nadie ya se han olvidado de lo que les estaban diciendo. Ya digo que son sólo suposiciones. Y me imagino que habrá más de uno que no cuente sus cosas con el ánimo de que lo sepa todo el barrio. Incluso es posible que exista algún confidente reservado. Pero algo de cierto habrá, si tenemos en cuenta no sólo nuestra propia experiencia, que confirma que todo se acaba sabiendo, sino también lo que ocurre con los secretos de Estado. Que, por muy secretos que sean, acaban en las páginas de los periódicos. Y no siempre en portada, lo cual tiene que ser bastante frustrante para esas fuentes próximas al gobierno o a los servicios secretos que cantan tan tranquilamente y, a veces, tan interesadamente.


 
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