martes, 6. mayo 2003
Jaime, 6 de mayo de 2003, 0:11:39 CEST

Los criados europeos


Hace años que parece claro que el nuevo orden mundial tendrá (tiene, vamos) como única potencia mundial a Estados Unidos. De todas formas, no son pocos quienes confían en que pueda instaurarse cierto multipolarismo que equilibre el poder absoluto estadounidense, para lo que se confía especialmente en Europa. Sin embargo, la única arma de la que dispone para hacer frente al gigante americano es un mercado económico que no pasa por su mejor momento y que se enfrenta además a las dudas de la ampliación. Los propios estados europeos son conscientes de que no pueden plantar cara a la hiperpotencia atlántica y no hacen más que debatirse entre el servilismo y la tímida y poco convincente contestación. Así, Francia y Alemania juegan sin convencimiento el papel de rebeldes, mientras que Gran Bretaña se ha puesto del lado americano, acompañada de otros países como Italia y España. Blair -igual que Aznar- argumenta que apoyar a Washington es ponerse del lado de la democracia: sus acciones son las que más contribuyen a asegurar un mundo libre. En este sentido, Robert Kagan explica en Poder y debilidad que los ciudadanos estadounidenses "creen en el poder en la medida en que éste puede servir de instrumento para fomentar los principios de una civilización y un orden mundial liberales". Aunque queda la duda de saber, por ejemplo, qué clase de civilización liberal se estableció en Chile usando de sanguinaria marioneta a Pinochet. Por el contrario, muchos sugieren que a Bush sólo le interesaría aliarse con otros países en la medida en que esto sirviera para reforzar su liderazgo y contribuir a sus intereses, como explica Simon Tisdall en The Guardian, donde sugiere la necesidad de contrarrestar el poder casi absoluto de Estados Unidos. Eso sí, Tisdall no ve con buenos ojos una "resistencia total, política, diplomática y económica". Y es que el columnista confía en que el reciente imperialismo useño acabe remitiendo, ya sea por presión de otras potencias como de sus propios ciudadanos: "Bush no es América, del mismo modo que Sadam no era Iraq. Pero gracias a él, la visión que se tiene desde fuera se distorsiona. Puede que un presidente demócrata no fuera radicalmente diferente en los temas clave, pero el sistema es más flexible de lo que en ocasiones puede parecer." El problema es que Tisdall se muestra contrario a esta confrontación basándose en una especie de compasión solidaria por el pueblo estadounidense. En definitiva, parece olvidar que a Europa no le interesa oponerse a Estados Unidos, ya que sigue dependiendo de este país, sobre todo en lo que se refiere a la defensa. La apuesta de Tisdall para resolver las relaciones entre Europa y Usa es la multipolaridad: que Europa alcance el suficiente poder como para contrarrestar el poder estadounidense. Pero para alcanzarlo es necesaria una mayor integración europea, tanto económica, como política, como militar. El problema no es sólo saber si Europa está dispuesta a emprender estas iniciativas, sino si puede siquiera llevarlas a cabo, por mucho que ahora lance otro titubeante proyecto de defensa común. Kagan opina que es imposible, al menos a corto plazo, ya que, según el escritor, toda superpotencia ha de contar con un ejército avanzado y poderoso, y Europa no puede permitirse el gasto que supondría alcanzar a Estados Unidos en este terreno. Claro que Kagan considera que siempre que una nación ha apostado por la negociación y el entendimiento para resolver problemas internacionales ha sido por debilidad. Así le pasaba a Estados Unidos hace doscientos años y así le pasa ahora a Europa. Pero a mí no me gustaría que se desmintiera definitivamente la posibilidad de que un país fuerte pueda renunciar al uso de la fuerza para resolver la mayor parte de los problemas. Aún quiero confiar en que se pueda realmente negociar para disuadir a posibles enemigos. Bombardear países no parece la mejor forma de defender la democracia.


 
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