sábado, 15. marzo 2003
Jaime, 15 de marzo de 2003, 0:02:04 CET

Una ventaja de los prejuicios


Como todo el mundo, yo estoy cargado de prejuicios. No me refiero a los raciales, faltaría, sino simplemente a que, antes de ir al cine o de comenzar a leer un libro ya tengo una idea aproximada de lo que me voy a encontrar. Y normalmente acierto, supongo que como todo el mundo, aunque Las horas, por poner uno de los muchos ejemplos que podría poner, me sorprendió. Y para bien. Me encantan las sorpresas, pero, justamente por el hecho de ser sorpresas, no abundan. Este fin de semana iré a ver Chicago cargado de prejuicios: por ser un musical, porque es de Bob Fosse y porque tendré que soportar a Richard Gere, entre otras cosas. Todos estos prejuicios me van a ahorrar trabajo. Es decir, si Gere me revuelve tanto las tripas como es habitual, no necesitaré perder el tiempo intentando calificar su interpretación: sólo tendré que decir que, mira, ha estado como siempre. Alguna ventaja tenían que tener los prejuicios. Y si los prejuicios propios ahorran trabajo, no resulta difícil imaginar lo descansado que es apropiarse de los ajenos. Por ejemplo, Javi (el follador, no el que a veces aparece por esta página) me ha dejado leer algún fragmento de un un mail de un amigo suyo que ya ha visto la película. El juicio de esta persona coincide tanto con algunos de mis prejuicios que he decidido no tomarme ni siquiera la molestia de terminar de fabricármelos. Simplemente adaptaré los de este chico. Y aquí los pongo a disposición de quien necesite prejuicios gratis:

Chicago es sólo para fanáticos del musical -y no como yo, ya que, de entrada, el género me produce cierta grima-. En realidad, no es más que un Bob Fosse descafeinado, que aprovecha el éxito de Moulin Rouge y que ha contado con una campaña de publicidad muy bien hecha. Además, y aunque los tres actores protagonistas son candidatos a ganar un Oscar, sólo merece la pena la interpretación de Catherine Zeta-Jones, ya que Renée Zellweger y Richard Gere me recuerdan a los peores secundarios de Farmacia de guardia.

Quizá alguno se escandalice, pensando que vaya maneras de ir al cine son esas y que los prejuicios sólo sirven para encorsetar el cerebro. Bueno, a lo mejor es verdad, pero, primero, insisto en que dejo margen para la sorpresa y que mis prejuicios no van más allá de lo que me pueda parecer una película. No son más que marcos formados por mi (escasa) experiencia en estos temas. Y, segundo, en mi defensa he de recordar que yo al menos aviso de que son prejuicios, y no como tantos críticos que publican textitos en la prensa como si de verdad hubieran visto las películas o asistido a los conciertos.


 
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