jueves, 20. febrero 2003
Jaime, 20 de febrero de 2003, 0:06:33 CET

Trabajar en casa, vivir en la oficina


El teletrabajo es tentador. Suena bien eso de ponerse a trabajar en pijama, si apetece, con la radio puesta y un buen desayuno delante. Uno incluso puede hacerse la ilusión de que nadie le controla, a pesar de las exigencias de jefes y clientes. Pero trabajar en casa también tiene sus peligros. Y es que, por muy moderno que suene y por mucha internet que se use, en realidad se trata de un retorno a antiguos modos de empleo, que, si nos despistamos, pueden traer de nuevo ciertos abusos. Como se explica en Historia de la vida privada, hasta bien entrado el siglo XX era muy usual trabajar en el propio domicilio, especialmente "en la industria textil, vestido, calzado, guantería, pero también en otros sectores como la óptica, joyería, etc." A destajo, por supuesto, sin sueldos fijos, ni horarios, ni ningún tipo de seguridad social. "Generalmente [estos trabajadores] están muy mal pagados -se explica-, y sus ganancias no alcanzan las de los obreros de fábrica. Además necesitan trabajar desde el alba hasta una hora muy tardía para subsistir miserablemente". De todas formas, el libro explica que este modo de trabajar fue cada vez a menos no sólo por motivos económicos, sino también y especialmente por "el deseo de limitar el tiempo dedicado al trabajo: cuando se trabaja en la fábrica, se sabe cuándo terminará el trabajo. El tiempo que escapa al patrón, y cuya importancia crece a lo largo de todo el siglo, es un tiempo del que se dispone plenamente y del cual se es propietario. Trabajar fuera de la propia casa es también estar plenamente en la casa propia cuando se está en ella. En este sentido, el retroceso del trabajo a domicilio responde a la reivindicación de una vida privada". Evidentemente, desde entonces las cosas han cambiado. Pero no es mala idea tener en cuenta que, aunque no todo pueden ser ventajas en esto del teletrabajo, hay que procurar que los inconvenientes no signifiquen pérdida de derechos. Ni de cordura, por otro lado, que encerrarse en una habitación y hablar con gente sólo a través del messenger y del teléfono no puede ser muy saludable. Aunque, en fin, todo esto no quita que siga resultando agradable la idea de poder hacer una pausita en la jornada laboral para, por ejemplo, darse una buena ducha. Cosa que en la oficina no es fácil de hacer, evidentemente.


 
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