martes, 3. diciembre 2002
Jaime, 3 de diciembre de 2002, 23:56:34 CET

Silencio


Después de casi veinte años sin publicar, Javier Salvador se presentó en la oficina de sus editores y les entregó dos folios en blanco, encabezados por el título Y el resto es silencio. El escritor les aseguró que se trataba del avance de un libro en el que estaba trabajando. Los editores se quedaron callados unos minutos, contemplando las hojas. Hasta que uno de ellos preguntó que por qué dos páginas y no una. O tres, ya puestos. El resto de mercaderes se lo quedó mirando con cara de disgusto y pareciendo dar a entender que la pregunta era tonta y la respuesta, evidente. Sin embargo, Salvador cogió su cuento, para doblarlo y volvérselo a guardar en el bolsillo de su abrigo. -Sí, tienes razón -dijo- necesito trabajarlo más. El escritor murió al cabo de pocos meses. Y, no mucho después, los editores obtuvieron permiso de la viuda para entrar en su despacho. De los desordenados cajones y estanterías, entre discos de John Cage y láminas de cuadros de Malevitch, aquellos hombres sacaron mil cincuenta y ocho folios en blanco, la mayoría grapados en grupitos de diez o quince. La editorial ya ha asegurado que prepara la publicación de estos textos póstumos y que sólo falta decidir el orden más apropiado, para lo que cuentan con un equipo de expertos en la obra de Salvador. Entre estos papeles se han encontrado cuatro versiones de Y el resto es silencio: la original, una de tres folios, otra de sólo uno, y una última que no es más que una pajarita de papel. Los problemas para editarla son evidentes: algunos son partidarios de adjuntar al volumen un folio en blanco con las pertinentes instrucciones de plegado; otros prefieren entregar directamente la pajarita, y no son pocos quienes opinan que se trata de una incursión del autor en el mundo de la escultura y las instalaciones poéticas, por lo que es impublicable. Apuestan por donarla a un museo. Pude preguntar por este giro minimalista de Salvador a una amiga que ha escrito una tesis sobre él. Según me ha dicho, toda la crítica está algo desconcertada. Y maravillada, eso sí. -Abunda la palabrería -me dijo-. Yo prefiero esperar a leer el libro antes de dar mi opinión. Ya sabes, sobre aquello de lo que no podemos hablar, es mejor guardar silencio.


 
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